miércoles, 25 de febrero de 2009

La historia de cómo me perdí en el espacio y regresé (talvez) a la tierra.

Subí y bajé montañas, recorrí los cielos y los mares y encontré bellezas y males, me perdí un millón de veces pero sin duda la última me desorbitó. Perdí mi dirección y a ti, a ustedes, no me pude quedar más. Intenté confiar en mi cabeza y no me resultó, ¡Me traicionó! Todo a mi alrededor era confuzo, pasaba demasiado rápido y yo me quedaba en el mismo lugar. Me golpearon varias veces, veía como partes de ti me golpéaban, me pasaban en el camino. Pero creía que tú eras el camino, que ibas en la dirección correcta, ¡Y la seguí! Encontré un camino destellante junto a mí, una vez, un camino de luces blancas que me indicaban la tierra. Miré atrás, miré atrás y ya te había perdido. Un giro de cabeza, y me golpéa un meteorito. Me llevó lejos, muy muy lejos. Más allá del infinito y más allá. El viento golpeaba mi cara. Estaba en la confusión, en el caos, en un remolino de sorpresas que no revolvió más el universo de lo que revolvió mi cabeza. Sentía que me iba, que me perdería definitivamente. Que sería la última vez y no volvería. Pero ahí estaba. El destellante camino fiel. Aquellas luces, que con voces amistosas, me llamaban a caminar a su paso. Y con una energía que no sé, nunca sabré, de donde vino, me bajé del meteorito, y caminé, caminé por el destello. Y llegué. Y llegué a mis montañas y mis mares, y mis vientos y mis tierras. A un lugar que conocía, a tierra firme.
Llegué a casa, mi mente
aterrizó bien.

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