sábado, 14 de febrero de 2009

El canto con desesperación II.

Se acercan los tambores. Nuestros corazones comienzan a agitarse, no sabemos donde ir. El sonido se hace cada vez más fuerte, mientras nos miramos los rostros, entorpecidos. Se escucha un susurro, que talvez, proviene de nosotros mismos. Voces unidas, y los tambores se detienen. Eramos nosotros. Tú tomas mi mano y yo tomo la tuya y en un acto de desesperación los dejamos de escuchar. Y gritamos. Y gritamos más. Y te digo la verdad, y tú me dices la tuya. En un acto lleno de sangre confusión, y mucho poder, los destrozamos. Los destrozamos a todos. La aldea completa. No hay líder que se salve. Todos bajo nuestro poder, hasta dejarnos alcanzar el clímax. Ese clímax que tanto queríamos y que estamos ganando a base de sangre, ¿Cierto? Subimos al lugar más alto y ahí estaba, pero nustra demencia, nuestra demencia nos hizo matar al mismo dios. El lado más oscuro de nuestra alma, afuera. Nuestros propios pecados se destruían entre ellos. Y la sangre salta. La sangre salta y ustedes nos obligaron. Nuestros ojos fijaron la mirada entre ellos y podía ver, podía ver tu rostro y tu cuerpo lleno de sangre, lleno de su sangre, y no pudimos evitar gritar y gritar y revolcarnos en el suelo. Era lo que buscaban, lo que buscábamos. Por fin. Desde aquella cima tan alta, se podía divisar toda la aldea.
Y se escuchaban los tambores de nuevo. Talvez era nuestro turno.

No hay comentarios: