viernes, 24 de julio de 2009

Frìo.

Congelado, como una capa de nieve que cubre las flores en un otoño. Un simple otoño, que espera el calor del sol como se espera el tierno calor de un pecho abrigador, como se esperan unas palabras, como se espera con esperanza guardada en un corazòn comùn. Pero ya ves, observadora mujer, cómo en este pecho no hay un presente definido y se llena de un vacìo que seca hasta la ùltima gota de esperanza. En un rezo infinito dentro de la mente, ni si quiera, ni si quiera con un rezo profundo que explora el corazòn, se puede llegar hasta aquel lugar ahora opacado por una extraña oscuridad, por un extraño velo oscuro que llegò a taparlo casi completamente. El tiempo ya no llega a tocar lo profundo del alma, y las emociones, por alguna razòn, desaparecieron. Un beso, malas palabras... Todo se vuelve irrelevante a la mente, la cual flota en un espacio, en un tiempo alterno a todo lo que se conoce. Cada paso que se da en la acera, cada persona que pasa al lado, ahora solo se pueden percibir vastos trazos de energìa ajenos al alma misma.
Yo, dentro de mi, desaparecì.
Yo, encerrado, estoy en algùn lugar de mì que ya no se puede tocar.
Y el corazòn, se perdiò, se perdiò por ahì.

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