Óh, claro. Fue en Londres, cuando nos encontrábamos bajo esa suave nieve que en una caricia rápida quemaba hasta las entrañas. El café sabía bastante frío, talvez por sentarme a un lado de la ventana, pero quería mirar. Te veía congelarte allá afuera. ¿Esperabas a alguien? Nunca sabré, porque jamás te pregunté (y no lo haré ahora tampoco). Pero una seña de manos te hizo pasar, pedir un café, y conversar. Mil historias sonaron de las bocas, sobre la vida. Sobre nuestras vidas. Y vi pasar en tus ojos la mía y vi pasar en tus ojos un reflejo de mí que jamás había visto. Y en lo que los cierro, tus labios terminan de hacer más delicioso ese café que, en soledad se enfriaba.
Y sí, fue allá en Londres, donde nos encontramos, y jamás te quité los ojos de encima. Donde por primera vez mis labios tiritaron no de frio, sino de emoción. Donde descubrí que entre hechizos, me llegó una maldición. Y aún si no sé en qué lado del mundo andas ahora, jamás te podré quitar los ojos de encima.
jueves, 2 de julio de 2009
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